Ante la urgencia que impone el cambio climático, la
contaminación y la posibilidad inminente de un colapso ambiental a nivel
global, hoy cada vez más gente elige adoptar una dieta vegana. Y si bien las
razones para hacerlo también incluyen la salud y la ética, parecería ser que la
problemática ambiental fuera la razón principal a la hora de cambiar por una
dieta libre de animales. Como si ya no bastara con una dieta vegetariana
tradicional, la necesidad que impone el llamado de la "conciencia", genera este nuevo
paradigma que trasciende edades, géneros y fronteras.
Y es que la ganadería intensiva, ante el consumo exponencial
propiciado por un crecimiento económico sin parangones en los países de corte
occidental (y muy a expensas de un "tercer mundo" cada vez más salvajemente
empobrecido), se ha convertido en una de las tres industrias que más influyen
sobre el cambio climático, junto con el transporte y la industria química.
A primera vista parecería ser ésta una afirmación exagerada,
sin embargo, cuando analizamos las distintas etapas de esta mega industria,
vemos que no lo es.
A la cría intensiva de ganado con su consecuente producción
de metano (un gas de efecto invernadero cinco veces superior al dióxido de
carbono) y su liberación a la atmósfera en "tiempo real", debemos agregarle al
menos cuatro factores más, que hacen de esta industria un verdadero combo
ambientalmente mortífero: la desforestación sistemática para la obtención de
nuevas tierras de pastoreo, junto al dióxido de carbono liberados a la atmósfera
cada vez que se queman miles de hectáreas de selvas y bosques nativos con este
fin. El descomunal consumo de energía para mantener tanto la carne como la
leche fresca. El transporte en camiones refrigerados durante miles y miles de
kilómetros a lo largo y ancho del planeta, en ambos casos, energía que se
obtiene de la quema de combustibles fósiles ya que en un 100% proviene del
petróleo. Y la cantidad exponencial de cereales y granos (más del 50% del maíz
que se cultiva sólo a los E.E.U.U se destina a la ganadería) utilizados en su
alimentación.
Como vemos, la trazabilidad de los productos de origen
animal (y esto por supuesto incluye la cría industrial de aves y otros animales
que terminan sobre el plato) es contundente y no deja lugar a dudas.
Sin embargo, sería ingenuo pensar, que sólo por adoptar una
dieta vegana, vamos a detener el cambio climático. El problema es mucho más
grande y abarcarlo en su totalidad, implicaría no solo un cambio de dieta, sino
de sistema. Es el sistema capitalista, básicamente extractivo y lineal, lo que
deberíamos cambiar de raíz.
También las prácticas agrícolas intensivas y extensivas,
contribuyen al cambio climático. Por ejemplo, el cultivo intensivo de paltas o
aguacates (un alimento apto para veganos y muy apreciado por quienes aspiran
una vida más saludable) está provocando cambios climáticos locales que provocan
sequías alarmantes, por las cuales comunidades humanas vulnerables se ven
obligadas al desplazamiento forzoso, a la pobreza y a una vida paupérrima al
borde del genocidio. El cultivo de soja (aunque su destino es básicamente
forrajero) viene siendo, desde los años 90 del siglo anterior, motivo de
alteraciones climáticas e injusticias sociales que incluyen la tortura y los
asesinatos en manos de terratenientes, que suelen actuar en complicidad con las
fuerzas de seguridad y la clase política, en países como Paraguay, Argentina,
Bolivia y Brasil. Y por supuesto, a la hora de pensar en el veganismo como una
alternativa saludable de alimentarnos, deberíamos saber que mientras se sigan
utilizando agrotóxicos a gran escala (lamentablemente no todo el mundo puede
acceder a cultivos orgánicos) solo será una manera romántica de autoengañarnos.
A mi entender, de las tres razones principales por las
cuales cada vez más gente adopta una dieta vegana, es el lado ético (y esta es
la razón por la cual hace casi cuarenta años que opté por el vegetarianismo) el
que tiene un peso a todas luces contundente e indiscutible.
La producción industrial de carne, leche y huevos,
constituye en la actualidad la forma más cruel y extendida de tortura y asesinato a gran escala.
Los criaderos y mataderos son los verdaderos infiernos de nuestra cultura. No
podemos seguir hablando del "holocausto" y de todos los genocidios que la
humanidad se ha provocado a si misma, sin incluir al peor de todos, por absurdo
y masivo: aquel que día a día provocamos cada vez que
entramos a una carnicería o volvemos a casa con una docena de huevos o un litro
de leche producidos de forma industrial.
Debemos entender de una vez por todas, que el ser humano no
tiene ningún derecho natural a construir su propio bienestar personal, a costa
del sufrimiento de miles de seres vivos que son tan sensibles al dolor y el
sufrimiento como cualquiera de nosotros.
Por este motivo respeto y valoro a cada una de las personas
que hoy, deciden decirle basta al consumo de animales, en cualquiera de sus
formas.
Creo que profundizar una alimentación y una forma de vida
tan libre de sufrimiento como podamos (incluido el que genera la explotación de
los seres humanos que son sometidos al trabajo esclavo en la producción de
alimentos) es uno de los caminos esenciales que debemos tomar, si queremos
realmente construir un destino feliz y saludable para todos. Y cuando digo para
todos, estoy incluyendo a cada uno de los seres vivos que pueblan el planeta y
no solo a los seres humanos, todavía mentalmente formateados por un especismo incomprensible e irracional.