viernes, 31 de diciembre de 2021

Acerca de la palabra zen


La palabra zen comenzó a popularizarse en Occidente, a mediados de los años 50 del siglo pasado, de la mano de la beat generation: una tribu de escritores y poetas trasnochados, borrachos y bohemios que combinaban el misticismo zen con la marihuana, el sexo y la música de Gery Mullingan, Miles Davis y John Coltrane. Se juntaban en las esquinas de San Francisco para aullar (de hecho el poema fundacional de aquel movimiento se llamó aullido) sus poemas y escrituras automáticas y escandalosas. Sin desmerecer al resto (William Burroughs, Leroy Jones, Lawrence Ferlinghetti y tantos otros) de todo aquel grupo trascendieron históricamente tres: Allen Ginsberg, budista, homosexual barbado, visionario, teórico del movimiento y viajero incansable que supo transitar las calles de Buenos Aires y autor de aullido. Jack Kerouak, budista borracho y vagabundo, autor de las novelas más trascendentales de aquel movimiento, entre otras la célebre On the Road ( En el Camino) novela autobiográfica que marcaría claramente un género de literatura y que a su manera, supo profesar nuestro querido Osvaldo Soriano. Y Gary Snyder, quizás el más cuerdo de todos y el único que dedicó su vida a la práctica intensiva del zen, instalándose para su estudio un tiempo en Japón. Este poeta (ganador del Pulitzer en 1975) supo combinar la filosofía zen con la ecología, convirtiéndose no sólo en un pionero del ambientalismo, sino también en una de las mentes más lúcidas de los años 60, 70 y 80.
La siguiente generación alocada y en parte heredera de aquella vanguardia, claro que ya no se trataba de un grupo de intelectuales sino de un movimiento social de carácter global, fue el hipismo, que siguió popularizando el término zen, aunque sus búsquedas espirituales también los llevaron por el hinduismo, el yoga y otras vertientes del misticismo oriental, sin descuidar claro el consumo de marihuana, LSD, hongos alucinógenos y por supuesto, sexo. Ya para esa época, la locura astronómica del jazz, empezó a ser reemplazada por el rock, loco y revolucionario, aunque no tanto.
Desde entonces, el término zen, que casi todo el mundo conoce y pronuncia aunque mayormente sin tener una clara idea de lo que significa, apareció en situaciones tan diversas como la autoayuda, la música, los clubes, el diseño, los sitios de descanso anti estrés y un sin fin de objetos, servicios y delirios de los más diversos y estrambóticos.
Por eso en esta nota me gustaría, en primer lugar, contarles cual es el origen y el verdadero significado del término y en segundo, compartir algunos de los conceptos asociados a esta palabra y a su práctica y filosofía. No soy un monje ni mucho menos un maestro zen, pero si un practicante bastante disciplinado, que lo intenta practicar desde hace varias décadas y al cabo de ese tiempo, alguna pequeña experiencia creo haber logrado como para poderlos llevar más o menos por un buen camino. Entiéndase esto por favor de una manera más que relativa, pero conceptualmente bastante cercana a la verdad intelectual del tema que hoy nos convoca.
Bien, la palabra japonesa zen, es una traducción exacta de la palabra china chan, a su vez, traducción literal del término sánscrito dhyan o dhyana, y que se traduce normalmente en occidente como meditación, aunque quizás debería haberse traducido de forma más acertada como contemplación, ya que el término meditación en nuestras lenguas, tiene originalmente un significado muy distinto y en cierta forma incluso opuesto a la palabra dhyana. Pero bueno, dejemos las cosas así, tal como los traductores, acertados o no, lo han hecho desde al menos el siglo XIX.
La práctica de dhyana comenzó en la India hace más de tres mil años, de la mano de las distintas escuelas de la filosofía vedanta y más particularmente, de los innumerables yoguis y místicos trashumantes que recorrían aquel vasto territorio. Con el nacimiento del budismo alrededor del siglo V a. de c., esta práctica se convirtió en el motor de introspección y conocimiento directo de este nuevo movimiento, que revolucionará la India en todos los sentidos, hasta finalmente desaparecer de aquel país para los primeros siglos de la era común.
Y es justamente con el budismo, que al migrar por el resto del lejano Oriente hasta llegar a China y de ahí a Japón y Corea, que la palabra zen adquiere su estatus definitivo, dando lugar a una de las escuelas hoy más populares de budismo a nivel mundial: el budismo zen, o escuela budista de meditación. Y es que la meditación o dhyana fue desarrollada de tal manera por Buda y sus seguidores a través de los siglos, que se convertiría en sí misma en toda una enseñanza práctica y filosófica.
Llegado a este punto, tenemos que dividir la palabra zen en dos: budismo zen y zazen. El primero, la escuela de pensamiento budista y el segundo, la práctica en sí misma (dhyana) a la cual ahora se le agrega el prefijo za, que significa sentar o sentarse, es decir, meditación sentada o sentarse en meditación o, como me gusta más: sentarse en zen. Básicamente, el zazen consiste en sentarse cómodamente en la posición de buda para quedarse allí serena y naturalmente quieto, tal como lo hacen muchos animales, durante un cierto periodo de tiempo que suele ser de 40 minutos. La idea consiste en observar nuestros propios pensamientos dejando que fluyan, hasta alcanzar un estado de profunda calma y paz interior. Claro, nada es tan fácil como parece, ya que aparte de tener que superar el dolor de rodillas, uno pasa por distintos estados producidos por esa misma observación contemplativa de sí mismo, donde pueden surgir todo tipo de encuentros no siempre agradables y digeribles. Tengamos en cuenta que en nuestro interior, no todo es color de rosas...Con el tiempo, está práctica transforma nuestra forma de vida, haciéndola, sino maravillosa, al menos más consciente de uno mismo y su entorno. En algún momento, al cabo de innumerables encarnaciones, con suerte podremos alcanzar la plena conciencia de la totalidad del ser, es decir, el mismísimo samadhi o nirvana.
Finalmente y esperando que todo esto les allá servido para algo, quiero reseñar algunas de las actitudes que se pueden asociar con una actitud zen, como crítica a esa frase tan coloquialmente usada y tan diametralmente alejada del zen, que suele ser más o menos así: -siii, fulano es reee zennn ! Ay viste? Siii es re zen, no se le mueve un pelo! Nunca se calienta por nada!- Es decir: siii, Fulanito es tan volado que todo le chupa huevo! Para decirlo en buen criollo, vio?.
Gente, nada más equivocado que eso, sí de zen se trata.
Zen es aceptar nuestro propio destino con la mayor valentía y serenidad que podamos.
Zen es caerse y volverse a levantar tantas veces como sea necesario.
Zen es enfrentar los escollos que nos presenta la vida con la misma paciencia que el agua, cuando tiene que horadar la roca para seguir su camino.
Zen es hacer aquello que tenemos que hacer en el momento que haya que hacerlo.
Zen es hacer aquello que haya que hacer sin esquivar el bulto o hacerse los distraídos.
Zen es ser auténticamente uno mismo.
Zen es ser consciente del dolor de los demás.
Zen es mantenerse firme como una montaña pero flexible como la rama de un sauce.
Zen es ser consciente de nuestros defectos y luchar para convertirlos en virtudes.
Zen es hacerle bien a todas aquellas personas a las que en algún momento, les hemos hecho mal.
Zen es respetar y cuidar a todos los seres vivos por igual.
Zen es tener empatía y compasión.
Zen es tratar de vivir el aquí y ahora, sin lamentarse por el pasado ni preocuparse por el futuro.
Zen es darse cuenta.
Zen es entender que la vida es una oportunidad.
Zen es tratar de vivir cada día con alegría.
Zen es recordar.
Zen es olvidarse del zen.
Y claro, zen es también mantenerse siempre tranquilos...

José Olarce

martes, 9 de marzo de 2021

Haiku: poesía en estado puro


El haiku es una forma de poema breve compuesto por diecisiete sílabas en tres versos, que nace en el Japón alrededor del siglo XII de la era común, aunque algunos autores lo sitúan como tal, recién en el siglo XV. Sus orígenes se remontan a formas poéticas anteriores como el Tanka, el Renga y el Hokku, de las cuales fue derivando con la aparición de los grandes maestros del género. Siempre ligado a la naturaleza, lo que se busca es transmitir una emoción inmediata, de carácter estética, espiritual o filosófica, mediante una imagen que además de expresar en forma explícita, también lo haga a través de una sutil sugerencia, muchas veces, contenida en detalles simbólicos de una enorme simpleza.

Absolutamente ligado al idioma japonés y a su cultura, para poder abarcar un haiku en su totalidad, deberíamos conocer las tradiciones folklóricas, espirituales y filosóficas de la cultura japonesa y en especial, de sus dos religiones más importantes: el shintoísmo y el budismo. Muy ligado especialmente al zen, sin ese conocimiento una buena parte de su contenido simbólico pasará desapercibido. No obstante, para apreciar su belleza y la fuerza poética de sus imágenes, no se necesita más que una lectura serena, con la mente lo más despejada que podamos.

En Occidente, varios escritores han intentado profesar este género literario con éxito dispar. Jorge Luis Borges, un enamorado de la cultura japonesa, ha sido uno de ellos.Y muchos escritores y poetas desconocidos para la inmensa mayoría, siguen expresándose hoy a través de esta forma poética, poniéndose sobre los hombros el desafío se expresar mucho, con muy poco.

Considerado un estilo de poesía pura y directa, el haiku es una forma casi mística de aproximación a la experiencia, que se vale del lenguaje, de carácter dual y simbólico, con la clara intención de superarlo sobrevolando así los límites de lo expresable. Una característica que lo hermana directamente con el zen, en su manera esencialmente contemplativa de percibir el mundo. El yo, ilusorio y efímero, se desvanece en la experiencia directa, no verbal y pre-simbólica, para volver a ser una parte integral del universo.

En el haiku, las palabras son, más allá de su significado verbal inmediato, una conexión real con algo que siempre está más allá del ego. Como un puente sutil entre lo visible y lo invisible, entre lo posible y lo imposible, entre lo nombrable y lo innombrable, el haiku nos sumerge en una fuente inagotable de sentimientos que, aprehendidos por la intuición, nos coloca cara a cara con una realidad que sólo puede ser percibida cuando la mente se detiene. De ahí también que entre el haiku y el zen, haya una relación tan intensa, siendo este último un elemento casi tan esencial para su inspiración, como lo es la propia naturaleza. Por esta razón, se puede decir que el haiku, más que un género literario, es un camino inequívoco hacia el centro de uno mismo. Para suzuki, el haiku es una especie de satori o iluminación, de modo que no hay construcción intelectual en su composición, sino captación intuitiva del todo. El haiku no se compone parte a parte como un proceso, sino que se capta de manera espontánea e inmediata. No sucede en el intelecto, sino que brota desde las profundidades de la mente universal. Otra vez haiku y zen, ligados indisolublemente en la génesis del aquí y ahora. No hay proceso, no hay secuencia, hay revelación. En este sentido el haiku sucede, cómo sucede la lluvia, el viento o la nieve. 

En gran medida, un elemento fundamental en el haiku es la presencia estacional, que se presenta de manera casi siempre a través de una imagen simple, que la evoca sin nombrarla en forma directa: una hoja seca es el otoño, un cerezo en flor la primavera, el canto del ruiseñor el verano, un copo de nieve el invierno. La soledad, la tristeza, la alegría, la melancolía, el asombro, el paso del tiempo ... son casi siempre las atmósferas emotivas que evoca el haiku y que remiten a la condición humana en su fugacidad y misterio. Por eso el haiku, que también se vale del humor y la ironía, expresa fundamentalmente un contenido de carácter filosófico. Su escritura espontánea y automática, evita el trabajo artesanal que lleva consigo detenerse a reflexionar sobre la obra ya ejecutada. Escribir un haiku no es tanto un ejercicio literario, sino más bien una experiencia vital y visionaria. Una forma de vivir y percibir el mundo que nos rodea. Una forma de estar vivo aquí y ahora, con la mente abierta a la experiencia directa. Una captación de la naturaleza cambiante y fugaz de la vida, corazón a corazón, sin filtros conceptuales y con la mirada pura de un niño que descubre el mundo a cada paso. 

Otro elemento esencial en un haiku es el contraste. Con el permiso de ustedes, voy a valerme de un haiku de mi autoría para hacer el análisis literario. Los dos primeros versos llegaron juntos, en un todo, cuando una mañana al levantarme corrí la cortina de la ventana y vi el paisaje de otoño. Es una captación del momento, como si hubiera tomado una fotografía de ese instante. Cuando al verano siguiente lo busqué para leerlo, me di cuenta que estaba incompleto, le faltaba el tercer verso. Y entonces lo escribí. El haiku dice:


 En la tristeza de la lluvia otoñal,

la alegría de las plantas.

 El zorzal lo contempla todo bajo el pino.

La tristeza de la lluvia contrasta con la alegría de las plantas. El movimiento de todo el paisaje con la quietud del zorzal. También está el componente estacional: la lluvia de otoño. Todo alude como elemento central a la naturaleza. Las palabras son simples. Están presentes las emociones: la tristeza, la alegría, la quietud. Todo es imagen.Un haiku es un breve texto poético de carácter visual que surge de la nada, cuando estamos concentrados en alguna tarea cotidiana: levantándonos, sentándonos, caminando, paseando... Pero lo esencial, es que estemos en un estado contemplativo. Sólo entonces se produce la captación del haiku-imagen-emoción-poema. Todo junto como una instantánea fotográfica. También para leer un haiku la mente del lector tiene que estar tranquila, serena, relajada, abierta. Tiene que dejarse llevar por el instante-imagen y recrearlo en sí misma tal como lo hizo el escritor. Por eso tanto escribir como leer haikus puede llevarnos a una vivencia mística, es decir, de unión no dual con la naturaleza. Y así percibirla en forma directa. El sujeto y el objeto se funden en un instante que está más allá del tiempo. No es el tiempo ordinario del discurso. Es el tiempo eterno de la contemplación. En el haiku, como en el zen, el yo se diluye en el verbo, en la acción poética o contemplativa. Se trasciende el yo individual. Sólo existe el paisaje subyacente o yo colectivo. Se abraza el todo y es el todo el que se expresa. En el haiku que hemos analizado, no encontramos ningún yo. Todo es paisaje, naturaleza. Sólo la emoción deja ver que detrás de la imagen, hay alguien que la percibe. 

A continuación, les dejo nueve haikus de los tres autores más famosos de Japón, extraídos de mi libro:  El paso de las Estaciones. Grandes maestros del haiku (Ed. Unicornio 2021)


Matsuo Basho

Que van a morir 

¡Nada descubre el canto

 de las cigarras!

***

Por nubes separados

los patos salvajes

se dicen adiós…

***

Lluvia brumosa:

hoy es un día felíz

aunque el Fuji esté invisible.

Yosa Buson

En rincones y esquinas

fríos cadáveres:

flores de ciruelo.

***

Yo me marcho,

tu te quedas:

dos otoños.

***

¡Oh, cruel chaparrón!

¡Un vuelo de pequeños gorriones

se aferra al césped!

Kobayashi Issa

Mira: contra su madre,

al resguardo de la helada se abriga,

el niño que duerme.

***

La primera estrella.

¡No pensemos que la ha encontrado 

este faisán que grita!

***

¡Cuando muera

ven a guardar mi tumba,

grillo!