martes, 9 de marzo de 2021

Haiku: poesía en estado puro


El haiku es una forma de poema breve compuesto por diecisiete sílabas en tres versos, que nace en el Japón alrededor del siglo XII de la era común, aunque algunos autores lo sitúan como tal, recién en el siglo XV. Sus orígenes se remontan a formas poéticas anteriores como el Tanka, el Renga y el Hokku, de las cuales fue derivando con la aparición de los grandes maestros del género. Siempre ligado a la naturaleza, lo que se busca es transmitir una emoción inmediata, de carácter estética, espiritual o filosófica, mediante una imagen que además de expresar en forma explícita, también lo haga a través de una sutil sugerencia, muchas veces, contenida en detalles simbólicos de una enorme simpleza.

Absolutamente ligado al idioma japonés y a su cultura, para poder abarcar un haiku en su totalidad, deberíamos conocer las tradiciones folklóricas, espirituales y filosóficas de la cultura japonesa y en especial, de sus dos religiones más importantes: el shintoísmo y el budismo. Muy ligado especialmente al zen, sin ese conocimiento una buena parte de su contenido simbólico pasará desapercibido. No obstante, para apreciar su belleza y la fuerza poética de sus imágenes, no se necesita más que una lectura serena, con la mente lo más despejada que podamos.

En Occidente, varios escritores han intentado profesar este género literario con éxito dispar. Jorge Luis Borges, un enamorado de la cultura japonesa, ha sido uno de ellos.Y muchos escritores y poetas desconocidos para la inmensa mayoría, siguen expresándose hoy a través de esta forma poética, poniéndose sobre los hombros el desafío se expresar mucho, con muy poco.

Considerado un estilo de poesía pura y directa, el haiku es una forma casi mística de aproximación a la experiencia, que se vale del lenguaje, de carácter dual y simbólico, con la clara intención de superarlo sobrevolando así los límites de lo expresable. Una característica que lo hermana directamente con el zen, en su manera esencialmente contemplativa de percibir el mundo. El yo, ilusorio y efímero, se desvanece en la experiencia directa, no verbal y pre-simbólica, para volver a ser una parte integral del universo.

En el haiku, las palabras son, más allá de su significado verbal inmediato, una conexión real con algo que siempre está más allá del ego. Como un puente sutil entre lo visible y lo invisible, entre lo posible y lo imposible, entre lo nombrable y lo innombrable, el haiku nos sumerge en una fuente inagotable de sentimientos que, aprehendidos por la intuición, nos coloca cara a cara con una realidad que sólo puede ser percibida cuando la mente se detiene. De ahí también que entre el haiku y el zen, haya una relación tan intensa, siendo este último un elemento casi tan esencial para su inspiración, como lo es la propia naturaleza. Por esta razón, se puede decir que el haiku, más que un género literario, es un camino inequívoco hacia el centro de uno mismo. Para suzuki, el haiku es una especie de satori o iluminación, de modo que no hay construcción intelectual en su composición, sino captación intuitiva del todo. El haiku no se compone parte a parte como un proceso, sino que se capta de manera espontánea e inmediata. No sucede en el intelecto, sino que brota desde las profundidades de la mente universal. Otra vez haiku y zen, ligados indisolublemente en la génesis del aquí y ahora. No hay proceso, no hay secuencia, hay revelación. En este sentido el haiku sucede, cómo sucede la lluvia, el viento o la nieve. 

En gran medida, un elemento fundamental en el haiku es la presencia estacional, que se presenta de manera casi siempre a través de una imagen simple, que la evoca sin nombrarla en forma directa: una hoja seca es el otoño, un cerezo en flor la primavera, el canto del ruiseñor el verano, un copo de nieve el invierno. La soledad, la tristeza, la alegría, la melancolía, el asombro, el paso del tiempo ... son casi siempre las atmósferas emotivas que evoca el haiku y que remiten a la condición humana en su fugacidad y misterio. Por eso el haiku, que también se vale del humor y la ironía, expresa fundamentalmente un contenido de carácter filosófico. Su escritura espontánea y automática, evita el trabajo artesanal que lleva consigo detenerse a reflexionar sobre la obra ya ejecutada. Escribir un haiku no es tanto un ejercicio literario, sino más bien una experiencia vital y visionaria. Una forma de vivir y percibir el mundo que nos rodea. Una forma de estar vivo aquí y ahora, con la mente abierta a la experiencia directa. Una captación de la naturaleza cambiante y fugaz de la vida, corazón a corazón, sin filtros conceptuales y con la mirada pura de un niño que descubre el mundo a cada paso. 

Otro elemento esencial en un haiku es el contraste. Con el permiso de ustedes, voy a valerme de un haiku de mi autoría para hacer el análisis literario. Los dos primeros versos llegaron juntos, en un todo, cuando una mañana al levantarme corrí la cortina de la ventana y vi el paisaje de otoño. Es una captación del momento, como si hubiera tomado una fotografía de ese instante. Cuando al verano siguiente lo busqué para leerlo, me di cuenta que estaba incompleto, le faltaba el tercer verso. Y entonces lo escribí. El haiku dice:


 En la tristeza de la lluvia otoñal,

la alegría de las plantas.

 El zorzal lo contempla todo bajo el pino.

La tristeza de la lluvia contrasta con la alegría de las plantas. El movimiento de todo el paisaje con la quietud del zorzal. También está el componente estacional: la lluvia de otoño. Todo alude como elemento central a la naturaleza. Las palabras son simples. Están presentes las emociones: la tristeza, la alegría, la quietud. Todo es imagen.Un haiku es un breve texto poético de carácter visual que surge de la nada, cuando estamos concentrados en alguna tarea cotidiana: levantándonos, sentándonos, caminando, paseando... Pero lo esencial, es que estemos en un estado contemplativo. Sólo entonces se produce la captación del haiku-imagen-emoción-poema. Todo junto como una instantánea fotográfica. También para leer un haiku la mente del lector tiene que estar tranquila, serena, relajada, abierta. Tiene que dejarse llevar por el instante-imagen y recrearlo en sí misma tal como lo hizo el escritor. Por eso tanto escribir como leer haikus puede llevarnos a una vivencia mística, es decir, de unión no dual con la naturaleza. Y así percibirla en forma directa. El sujeto y el objeto se funden en un instante que está más allá del tiempo. No es el tiempo ordinario del discurso. Es el tiempo eterno de la contemplación. En el haiku, como en el zen, el yo se diluye en el verbo, en la acción poética o contemplativa. Se trasciende el yo individual. Sólo existe el paisaje subyacente o yo colectivo. Se abraza el todo y es el todo el que se expresa. En el haiku que hemos analizado, no encontramos ningún yo. Todo es paisaje, naturaleza. Sólo la emoción deja ver que detrás de la imagen, hay alguien que la percibe. 

A continuación, les dejo nueve haikus de los tres autores más famosos de Japón, extraídos de mi libro:  El paso de las Estaciones. Grandes maestros del haiku (Ed. Unicornio 2021)


Matsuo Basho

Que van a morir 

¡Nada descubre el canto

 de las cigarras!

***

Por nubes separados

los patos salvajes

se dicen adiós…

***

Lluvia brumosa:

hoy es un día felíz

aunque el Fuji esté invisible.

Yosa Buson

En rincones y esquinas

fríos cadáveres:

flores de ciruelo.

***

Yo me marcho,

tu te quedas:

dos otoños.

***

¡Oh, cruel chaparrón!

¡Un vuelo de pequeños gorriones

se aferra al césped!

Kobayashi Issa

Mira: contra su madre,

al resguardo de la helada se abriga,

el niño que duerme.

***

La primera estrella.

¡No pensemos que la ha encontrado 

este faisán que grita!

***

¡Cuando muera

ven a guardar mi tumba,

grillo!